lunes, 18 de julio de 2011

El mar y la marea

El mar y la marea

En el año dispuesto por la UNESCO para homenajear a los afrodescendientes y en la antesala preparatoria de la próxima Feria Internacional del Libro de la Habana que se ocupará de honrar la literatura caribeña resulta fructífero hablar de obras y autores que dan rostro literario a este peculiar ámbito sociocultural. Literatura desdeñada primero, relegada al plano de lo estrictamente folclórico después y poco conocida aún, sin embargo merece el más atento y dedicado estudio. De esta forma, hallaremos no solo numerosas sorpresas, sino un rico, múltiple y a la vez coherente, universo expresivo. Si bien tres áreas lingüísticas básicas, con sus respectivas variantes dialectales, diferencian sus letras, un acervo común de vicisitudes, frustraciones y anhelos las conecta. El prisma de autores que le dan visibilidad mundial va desde el Nóbel santalucense Derek Walcott al Cervantes cubano Alejo Carpentier, e incluyen al trinitense V. S. Naipaul, otro Nóbel, o también de allí a Earl Lovelace, Premio del Commonwealth, al jamaicano poeta y narrador Claude Mc Kay, el gran poeta martiniqués Aimé Cesaire, la novelista dominiquesa Jean Rhys, la guadalupeña Maryse Condé o la haitiana Edwidge Danticat, entre muchos más. En realidad, al adentrarnos en las obras que han ido tejiendo la historia íntima y sutil de este micromundo advertimos su riqueza y vasta significación humana. 

El Caribe es una unidad geocultural. Geografía de mar y trópico, historia de vasallaje y luchas de redención, migraciones humanas forzadas por la esclavitud o la búsqueda de mejor fortuna, transculturación, condición de ciudadanos adventicios dictada por el predominio de sus potentados, han marcado su cosmos humano. Son puntos de semejanza que, en medio de la variedad impartida por las condiciones en que fueron dominados los distintos espacios así como el sedimento lingüístico y cultural infligido por sus colonizadores, distinguen a los pueblos que habitan este ámbito único. Esto lo podemos comprobar al leer la novela Marea alta, de la joven escritora guyanesa Onya Kempadoo.

Aunque la autora no naciera en estas tierras sino en Inglaterra, en 1966, su misterio le llegaba por la sangre de sus padres guyaneses. Luego vino a Guyana donde creció en contacto con el ámbito geográfico, social y cultural caribeño. Posteriormente ha alternado su morada entre Trinidad, Santa Lucía, Tobago, Granada y Holanda e Inglaterra. Empezó a escribir muy temprano y ya a los treinta y cinco su novela Buxton Spice llamó ampliamente la atención de público y críticos. Desde entonces no han dejado de llegarle reconocimientos, como el Orange Prize y el Casa de las Américas, 2002, en literatura caribeña de lengua inglesa, precisamente por Marea alta. 

En un entorno singular modelado por el mar, el clima tropical, la singular belleza insular, la estructura sociocultural generada por la economía de plantación, ha crecido el Caribe. Los pueblos y la cultura que han surgido en este ámbito han tenido como catalizadores una historia común de despojo, colonización, esclavitud, mestizaje y constante acecho de los países predadores. Es así que el peso de vida traumática no puede borrarse de un plumazo. La independencia de estas islas ha estado condicionada precisamente por su pasado colonial. Han quedado a merced de intereses y fuerzas foráneas. Si bien estas ya no vienen en galeones o cañoneras no dejan de seguir invadiendo y sometiendo de algún modo estos países. Los nuevos colonos pueden ser el FMI, o la televisión, o la industria del turismo. La dependencia y el sentido de repúblicas de segunda aún se sienten. A esto se añade los desmanes e inadecuados manejos de los asuntos de estos países por los políticos ambiciosos, corruptos e incapaces. Todo ello ha hecho de estos países espacios de belleza natural y desconsuelo moral y espiritual. Este es el escenario de la eficaz narración de Onya.
Tal reflexión se hace sólida a medida que uno avanza en la lectura de esta novela. Cliff, el protagonista, crece en el centro de la marginalidad, en el reducto poscolonial de Trinidad-Tobago. En un hogar, digamos tipo, en estos medios expoliados. Sin padre, avanza en su vida rodeado de una madre que se afana en traer el sustento, una hermana seducida y abandonada con un crío, el hermano que quiere una vida como la de la televisión y no hace nada, sólo tomar lo que puede del día. La rutina, la abulia, el ansia mal enfocada, la perspectiva extraviada, las ambiciones dirigidas a una meta equívoca, son las energías que a diario llevan y traen a estos seres. En este vaivén Cliff llega a conocer a una pareja de turistas que vienen a buscar exótico sosiego y distracción. 

A él lo ven como parte de la fauna increíble del lugar. Él los ve a ellos como el deseo encarnado, sus anhelos palpables. La búsqueda de nuevas motivaciones de aquellos incide en el ansia de confort de Cliff. De allí surge una relación enfermiza. Unos y otro se usan, se deforman en un proyecto nocivo. Cliff pasa de la curiosidad a la lujuria, del usufructo sexual al delito. Todo va al caos.
La novela de Kempadoo es una sutil y penetrante mirada a los conflictos existenciales de los habitantes de estas islas. Lo alternativo, lo sumergido, lo ilegítimo, parecen dictar los destinos. Lo marginal es eso: una subcultura que crea la práctica de una vida precaria, mal dispuesta y orientada, regida por el ganar un día más a la subsistencia. Es la resaca de la marea alta, el agarre a lo que sea para no hundirse. Se busca el dinero en lo que se pueda, no importa cuán oscuro sea el trámite. Se llena el tiempo en actos que no dejan ninguna luminosidad humana pero que hacen sentirse vivo. El telón de fondo de la maravillosa naturaleza parece estar ahí para moralizar y purificar los actos. 

La obra está escrita con un lenguaje directo, a veces enajenado por el slang. Es este el lenguaje que funciona para desentrañar la existencia de seres cuyos pensamientos y actos están despojados de cualquier refinamiento o sofisticación. Es por ello que a veces logra una poesía de excelencia, sobre todo en el contraste con la naturaleza y en la vida interior. Es la poesía de lo auténtico. Así mismo logra escenas de un violento dramatismo. No hay una mirada meramente contemplativa ni justificativa. Se pinta la manera en que somos, se apuntan mecanismos que pudieron llevarnos a esto, tanto en las vicisitudes históricas como en nuestra propia abulia y desgano. Sin embargo la autora no hace tesis. Da el reflejo de un mundo que conoce, que sabe desde dentro. Lo hace lo mejor que puede y lo más honestamente posible. Es esto tal vez la clave de su comunicación con el lector. 

Son múltiples y varios los tópicos que se abordan en la novela. Sin embargo, creo que son dos los que destacan y han sido intencionalmente enfatizados. Uno es la influencia del medio geográfico en el individuo. Los que han nacido en un espacio de violentas bellezas como el Caribe, en medio de los rápidos alisios, la lujuriosa vegetación, el poderoso mar, el implacable sol, tienen que ser personas abiertas, desinhibidas, cambiantes y prácticas. El otro tópico es la pobreza, sobre todo los rezagos mentales de una existencia desprovista. Esto nos hace medrar sin prosperar, subsistir sin vivir, anhelar sin amar. La pobreza erosiona todo proyecto. En el círculo vicioso de la escasez llegamos a perder de vista si somos desmotivados por pobres o pobres por desmotivados. La pereza, el desinterés, el descuido, el despropósito, se reciclan y nos someten.

La novela de Kempadoo es un material de primera mano para estudiarnos. No es un libro para disfrutar, sino para molestarnos y hacernos rebelar.

Manuel García Verdecia / SimaCaribe
"Estaba predestinada al mar"

La nieta del ambientalista francés Jacques-Yves Cousteau sigue el camino familiar en la lucha para proteger el mundo marino.

Su abuelo fue oceanógrafo, internacionalmente conocido como el comandante del barco ‘Calypso’. Su padre exploró los mares y creó una fundación para salvar los océanos. Digamos que Céline Cousteau tenía cierta predisposición para el mundo marino.

Lo admite ella misma: “Con un apellido como el mío, estaba predestinada a desempeñarme en la protección de los océanos. Nuestro apellido, Cousteau, es asociado con el mar en todo el planeta y obviamente esto me ha influenciado”.

El mar, Céline Cousteau lo conoció desde su infancia, cuando participaba en las expediciones marítimas de su abuelo Jacques-Yves Cousteau.

“En la época de mi abuelo no había mujeres en las expediciones y, sin embargo, mi abuela y mi madre se pasaban la vida en el ‘Calypso’. Creo que esto influyó mucho sobre mí, crecí con la idea de que las mujeres podían hacer lo mismo que hacían los hombres”, dice desde Francia.

Esta niñez poco común, hecha de viajes por mares y tierras lejanas, marcó para siempre la niña que era. “Cuando tenía 9 años acompañé a mis abuelos en una expedición a la selva amazónica —recuerda—. Este mar verde me impactó de una manera tan fuerte, que no lo entendí hasta volverme adulta”.

Expediciones familiares por los océanos y las selvas fueron el quehacer de Céline durante su infancia y lo que la contagió con el “virus” de la exploración. Sin embargo, cuando llegó la hora de decidir lo que quería hacer con su vida, no siguió directamente el camino familiar.

“Tuve una trayectoria universitaria normal, fui a la universidad y estudié psicología y relaciones interculturales” explica. “Pero luego sentí la necesidad de trabajar en lo que había sido mi universo desde mi nacimiento: el medio ambiente”.

Sin embargo, al lanzarse a este combate, escogió seguir su propio camino en vez de pisar las huellas de su abuelo. Decidió que lo que quería era “ser la portavoz de las luchas para salvar el medio ambiente, compartir las historias de la gente que se moviliza”.

Empezó entonces a enfocar sus esfuerzos en la protección de los océanos —y del medio ambiente en general— realizando documentales sobre varios temas, como la desaparición de especies marítimas o la protección de la Amazonia.

Este último tema es uno de los principales caballos de batalla de Céline, que realizó varios proyectos sobre la selva amazónica y las tribus indígenas que conviven con ella.

“Cuando entras a la selva, te das cuenta de que son los animales y la gente los que hacen que la Amazonia sea lo que es, hay una manera de vivir en simbiosis con la naturaleza que me impresiona”, explica. “Hay que proteger a las tribus indígenas, porque protegerlas es proteger a la Amazonia. Ellos son los que saben vivir con la selva y nosotros debemos aprender de ellos”.

“En el año 2006 estuve en un barrio de Iquitos, Perú, que se llama Belén”, recuerda. “Es un barrio muy pobre, donde la gente vive completamente con el ritmo de la selva y de la naturaleza, vive al ritmo de las aguas. Pero el problema es que no hay dispositivos para los desechos, y cuando las aguas suben, se llevan toda la basura del barrio. Y esto se reproduce en todas partes del mundo”, subraya Céline.

Para contrarrestar estas problemáticas Céline Cousteau está haciendo un combate a escala mundial para sensibilizar a la gente. La lucha de un David contra un Goliat. Pero Céline —que se convirtió en la figura de varias campañas de sensibilización, como la actual “Vidrio es vida” para la empresa de envases O-I— no pierde la esperanza, ni tampoco el fuego interno para seguir luchando.

“Me da rabia que estemos tratando al medio ambiente así, estamos destruyendo el futuro de nuestros niños”, asevera. “Si el medio ambiente está mal, si está enfermo, entonces los seres vivos, los seres humanos también lo estamos”.

Y concluye: “Tenemos que cuidar a las generaciones futuras, hacer algo para nuestros niños. Mi abuelo ya hablaba de esto, decía que teníamos que dejar un planeta limpio para nuestros hijos. Años después, yo sigo con su combate, porque él trató de dejarme un planeta limpio a mí, su nieta, y yo quiero hacer lo mismo para mis hijos y mis nietos”.

Agencias/SimaCaribe
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