Con costas ricas en ecosistemas marinos al norte y sur de su territorio, Panamá tiene un alto potencial para desarrollar la observación de cetáceos en áreas del Pacífico como el Golfo de Chiriquí y el Archipiélago de Las Perlas, y en zonas del Atlántico como el Archipiélago de Bocas del Toro y Portobelo (provincia de Colón), donde pescadores y agentes de turismo aprovechan la visita de estos animales para obtener beneficios económicos.
José Julio Casas, investigador y profesor de la Universidad Marítima Internacional de Panamá, explicó a DiCYT que aunque la cantidad de investigaciones ha aumentado en las últimos años como producto del interés generado por la observación de cetáceos como atracción turística, en general, la cantidad de estudios científicos es todavía muy escasa.
"Hay vacíos muy importantes sobre diversidad biológica, estadística de poblaciones, acústica y genética, áreas en las que habría que empezar a generar la información científica que permita decir en qué zonas se puede practicar el avistamiento", señaló Casas.
Según el investigador, quien ha realizado estudios sobre el potencial que tiene la observación de cetáceos como actividad económica en Isla Iguana (provincia de Los Santos), ni siquiera se sabe a ciencia cierta cuántas especies de cetáceos se mueven en las aguas panameñas. Se calcula que entre 20 y 25 especies pueden verse en las regiones costeras e insulares del país, siendo las más conocidas el delfín nariz de botella (Tursiops truncatus), el delfín manchado del Pacífico (Stenella atenuatta) y la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae).
En su viaje migratorio hacia las cálidas aguas del trópico, ballenas jorobadas provenientes del continente Antártico recalan en los archipiélagos del Pacífico panameño, donde, entre los meses de junio y diciembre, encuentran protección para sus rituales de apareamiento y crianza. De acuerdo con Casas, los investigadores también están interesados en saber si existe la posibilidad de que en estas aguas se produzca intercambio genético entre las poblaciones de ballenas que migran desde el sur y el norte.
El impacto del turismo: ¿delfines con capacidad de adaptación?
En los últimos años, Panamá ha dado pasos importantes para regular el uso de áreas costeras con potencial para desarrollar actividades de ecoturismo y observación de cetáceos, lo que a su vez ha asegurado a los científicos espacios protegidos legalmente en los que llevar a cabo sus investigaciones. En el 2005, la UNESCO declaró Patrimonio de la Humanidad el Parque Nacional Coiba (Pacífico); ese mismo año se creó el Corredor Marino para Mamíferos Acuáticos con el objetivo de proteger a cetáceos y manatíes, y en el 2007 el trabajo de científicos que llevan a cabo estudios en el Archipiélago de Las Perlas (al sur de la ciudad de Panamá) impulsó la declaración de esta área como Zona Especial de Manejo. Además, Panamá forma parte del Corredor Marino del Pacífico Este Tropical, al que también pertenecen Costa Rica, Colombia y Ecuador.
A las labores de educación que realizan diversas entidades privadas y gubernamentales, se suma el hecho de que desde el 2007 Panamá cuenta incluso con un código de conducta establecido por la Autoridad de los Recursos Acuáticos, que regula la observación de cetáceos en sus mares y costas. No obstante, estudios llevados a cabo en los últimos años parecen indicar que la proliferación excesiva y descontrolada de operadores de turismo en áreas cuyos ecosistemas prestan servicios fundamentales a poblaciones de cetáceos, podría estar afectando a los animales.
En el 2003, Laura May Collado, investigadora de la Universidad de Puerto Rico, inició una serie de investigaciones en el Archipiélago de Bocas del Toro (noroeste de Panamá), un área conocida por su población permanente de delfines nariz de botella y una de las zonas del país en las que la observación de cetáceos se practica de manera intensa a lo largo del año.
El propósito de May Collado y su equipo es determinar de qué forma el ruido de los motores de los botes que transportan a los turistas interfiere en la salud y en la capacidad de comunicación de los cetáceos. Hasta el momento la investigadora ha descubierto que los delfines de Bocas del Toro cambian la frecuencia y duración de sus silbidos para compensar el ruido generado por los motores, lo que podría ser una señal de que los animales se adaptan a ambientes con ruido. Sin embargo, en los últimos dos años la bióloga también ha notado que a medida que el número de botes dedicados a la observación ha ido en aumento, el número de delfines ha disminuido.
"No sabemos si este declive se debe directamente a las interacciones con los botes, o es un efecto indirecto dado que el ruido del motor enmascara las señales acústicas que los delfines utilizan para encontrar alimento y pareja", señala la investigadora.
Para comprobar o descartar suposiciones, es necesario llevar a cabo otro tipo de estudios.
"Queremos realizar estudios genéticos y de isótopos que nos permitan saber cuál es la salud de esta población", continúa May Collado. "La parte genética nos permitirá saber cuán cerrada es, es decir, si interactúa con poblaciones adyacentes y cuál es su capacidad para ajustarse a un ambiente cambiante".
Los estudios de isótopos permitirán a los investigadores saber si al haber un enmascaramiento de las señales de comunicación los delfines no se están alimentando bien, o si sus fuentes de alimento disminuyen por otras razones como pueden ser la contaminación o la pesca excesiva.
"Toda esta información que estoy generando con mis estudiantes y colegas tiene como objetivo crear una base científica que permita a las autoridades [de turismo y medioambiente] crear una estrategia de conservación que vaya de acuerdo con las necesidades de los animales y la economía de la zona", concluyó May Collado.
Agencias/SimaCaribe 27 jun 2011