Se veía venir algo así. Aunque en el corazón del Museo Marítimo de Bilbao palpite la idea de ahuyentar el miedo cerval al terror de los mares, la exposición A favor de los tiburones, un mar de esperanza que coincide en el tiempo con el atraque del velero oceanográfico Vell Marí, no deja de provocar escalofríos desde que Steven Spielberg sumergiese su cámara y su imaginación en las profundidades del mar. Digo que era previsible que llegase la hora de que los tiburones fuesen idolatrados como un dios de las aguas, puesto que muchos de sus congéneres, sin señalar, son los encargados de tomar aquellas decisiones trascendentales para nuestra vida. Menos mal que los programas de mano aclaran la cuestión: se trata de una campaña de sensibilización a favor de la biodiversidad marina.
¿Cuántos tiburones de secano conoce usted? Cientos, ¿verdad? ¿Y usted? Otros tantos. En las turbulentas aguas del día a día laboral muestran sus fauces terroríficos escualos, monstruosabisales capaces de devorar todo lo que se cruce en su camino en nombre de una mal entendida supervivencia. Se remontan a la noche de los tiempos los días en que el ser humano determinó que la vida no iba a ser un camino de rosas. Mientras dos fuerzas, el olvido y la esperanza, nos impulsan a vivir todo un ejército de dificultades emerge de las sombras. ¿En nombre de qué vida hicimos del paraíso un valle de lágrimas?, ¿en nombre de qué porvenir hicimos de una vida ancha una vía estrecha por la que se abren paso los maestros del codazo y la dentellada...? Camino de la redacción he visto a un hombre descalabrarse, escaleras abajo, para coger un metro que volvía a pasar, con el mismo destino, cinco minutos más tarde. ¿Cómo hemos cometido semejante barbaridad, cómo hemos consentido que la vida se convierta en la losa de nuestros sueños?
Es curioso pero necesitamos vivir mucho tiempo para comprender cuán corta es la vida y entonces ya es tarde. Llámenle Dios o secuencia del genoma humano, pero el hombre del siglo XXI debiera reclamar una indemnización por defecto de fábrica. ¿Qué tiempo es este donde impera el negocio de vivir sobre el arte de vivir? El viejo rockero cantaba aquello de paren el mundo, que yo me bajo. En verdad hay días en que dan ganas de desplegar la guía de este largo viaje y buscar la próxima parada, días de los que solo te redimen esos otros en los que uno se siente timonel. Lástima que la vida es un juego del que nadie puede en un momento retirarse, llevándose sus ganancias. Dirán algunos lectores que ésta es una crónica negra, un canto al desencanto. Quién sabe. Pero busquen respuesta a las siete preguntas que trae consigo esta crónica y, si no la encuentran, pregúntenle al tiburón más cercano. Verá qué bocado le lanza.
Agencias/SimaCaribe 6 jul 2011