Del frío de Bogotá al clima tropical de Brasil. De las nieves de la Patagonia a las paradisíacas Islas Galápagos, en el Pacífico.
Ese fue el itinerario de viaje de Hilaria, una joven aventurera italiana que arribó a las Islas Encantadas atraída por su tesoro natural. Su peculiar acento la delataba entre los turistas que a diario llegan al archipiélago.
Solo en el 2010, según el Parque Nacional Galápagos, las islas recibieron a 173 296 visitantes, 9 816 más que el año anterior. De ellos, 111 722 fueron turistas extranjeros.
El canal de Itabaca es la primera parada para quienes arriban a Santa Cruz. Allí, Hilaria y sus acompañantes no resisten la tentación de sacar sus cámaras y graficar el primer contacto con los pelícanos en el muelle.
Es la primera foto de decenas, talvez cientos. Pero detrás de ese destello del ‘flash’ aparece la imagen de vulnerabilidad de las Galápagos y de su reserva marina, consideradas áreas protegidas. Hilaria lo sabe. Sus huellas al igual que las de miles de turistas influyen en el equilibrio del ecosistema y su biodiversidad.
La basura, las construcciones turísticas, los yates que copan los muelles, las especies invasoras, la extinción de especies, etc. Para medir ese impacto, la Fundación Charles Darwin dirige tres proyectos de análisis.
Uno es el Índice Geográfico de Galápagos, que se inició en el 2009. Con encuestas dirigidas a nativos, turistas, obreros y otros actores, se trata de delinear la huella humana en territorio insular. El plan se enfoca en cuatro ejes: estudiar el turismo y el transporte, analizar el estilo de vida de la población insular e investigar instituciones como los municipios, puntos esenciales para lograr la meta de conservación y sostenibilidad de las islas.
Un ejemplo de la huella humana es la pesca del pepino de mar. Para evitar su extinción, el Parque y la Fundación controlan la actividad, que se iniciará el 15 de junio. La pesca se mantendrá por 60 días y se dará tras un monitoreo que evidenció que existe una densidad poblacional de 12 pepinos por cada 100 m².
Otra muestra del impacto del hombre es el aumento de embarcaciones turísticas. Al llegar a Puerto Ayora (Santa Cruz), Hilaria observa el extenso mar azul-verdoso. En su superficie resaltan unos 40 yates y barcos.
En el 2010, 79 657 turistas se hospedaron ‘a bordo’, atraídos por la fusión de alojamiento y paseos entre islas. Pero las anclas van arrasando con los corales que arropan el fondo marino.
Para evitar el daño, el Instituto Oceanográfico de la Armada instalará fondeaderos de bajo impacto en 10 puntos claves.
El cambio climático es otro de los termómetros que mide a las Galápagos. El oceanógrafo de la Fundación Darwin, Stuart Banks, explica que en los últimos 40 años la presencia del fenómeno El Niño ha sido más frecuente. Esa variación de corrientes marinas y temperatura ha evitado la rápida recuperación de ciertas especies (pingüinos y corales).
Incluso, algunas han desaparecido. Unas seis especies de algas marinas ya no son visibles en las Galápagos. El pez punta negra tampoco ha sido divisado.
Sin embargo, la esperanza de recuperación se mantiene. Una muestra es el proyecto Floreana. Ubicada en el sur del archipiélago, la isla de 173 km² es un modelo de sostenibilidad analizado por la Fundación Darwin.
A inicios del siglo XIX, sus hábitats naturales fueron arrasados por el hombre. Unas 12 especies desaparecieron, como la tortuga gigante Geochelone elephantopus y el pepino Sicyos villosus.
Esa historia está dando un giro. En septiembre concluirá la primera fase del proyecto, en la que se avanzó en la reintroducción de especies como el ave cucuve.
La otra fase será hasta el 2015. Hasta entonces, poco a poco el paisaje de Floreana recupera su flora endémica y se abre espacio para las especies nativas.
Actualmente, la isla es conocida por sus excursiones de un día. Ese recorrido también se sumó al itinerario de Hilaria.