Los
libros con que estudiamos, refieren que la primera vuelta al Mundo,
para España, históricamente era irrelevante lo que hicieran antes
que Colón, los Vikingos, los musulmanes o los africanos: la hazaña
del descubrimiento de América debía corresponder a la Corona
Española y no a una civilización considerada inferior. Con
motivo de la participación de España en la exposición universal de
Aichi 2005, unos intrépidos marineros españoles se hicieron a la
mar para repetir otra vuelta al mundo, menos aventurada sin duda.
Contaban con medios de navegación parecidos a los del siglo XVI,
pero viajaban con otras condiciones de seguridad y con la
alimentación y la asistencia sanitaria garantizada...
La nueva nao era
un barco recio, de aspecto pesado y robusto, aunque incómodo para el
viajero: no era fácil imaginarse tantos meses de vida a bordo en un
espacio tan inestable y, mucho menos, con las hambrunas y calamidades
terribles que soportaron los hombres que partieron de Sevilla el 20
de septiembre de 1519 capitaneados por Fernando de Magallanes.
Nao
Victoria
Fue
una idea magnífica la de construir otra Nao Victoria en el siglo XXI
y botarla con el noble objetivo de divulgar por todo el mundo la
autoría y magnitud de aquella antigua hazaña. El boletín del mes
de abril de 2007 de la Sociedad Geográfica Española ofrecía un
dato desolador: sólo el 0,8 % de los extranjeros preguntados en una
encuesta supieron contestar correctamente a la pregunta de quién dio
la primera vuelta a mundo de la Historia (encuesta realizada en 47
puertos europeos y americanos durante los primeros años de la década
de 1990). El resto desconocía la respuesta o bien otorgaba tal honor
al corsario inglés Francis Drake.
En
la nueva y flamante Victoria, atracada en el Muelle del Navío de
Algeciras antes de zarpar rumbo a Japón por el Oeste, ultimaban
preparativos los responsables de ese viaje cuyo objetivo primero era
difundir la autoría española de la primera circunnavegación de la
Tierra a las órdenes de Juan Sebastián Elcano. Querían echar por
tierra la idea de que el mérito de aquella expedición no
correspondía ni a un inglés como Drake ni a un portugués como
Magallanes, sino a un español como Elcano. La imprecisión de esta
noble empresa altruista empieza por considerar portugués a un hombre
como Fernando de Magallanes que, si bien, nació en la portuguesa
región de Tras os Montes, solicitó ser súbdito de la corona
española en octubre de 1517, inmediatamente tras su llegada a
Sevilla. Dejó entonces de ser Fernao de Magalhaes para empezar a
firmar como Fernando de Magallanes. Y, aunque es cierto que la
historia portuguesa lo tiene, hoy por hoy, en el panteón de sus
hombres ilustres, también lo es que en aquellos años en que marchó
de Portugal con la determinación de no regresar jamás anduvo
despreciado y vilipendiado por las autoridades del país que lo vio
nacer. En cualquier caso, si somos capaces de considerar a Cristóbal
Colón como uno de los “españoles” más importantes de la
Historia, aún habiendo nacido en Génova, con más razón deberíamos
considerar a Magallanes como súbdito de la monarquía española. En
definitiva, apoyándonos en los principios generales del Derecho,
Magallanes tenía nacionalidad española cuando emprendió la vuelta
al mundo (si es que puede usarse el término “nacional” en un
tiempo en que el Derecho Internacional no llegaba a preocuparse por
tales precisiones); y además no puede ponerse en duda que capitaneó
la parte ignota y meteorológicamente más complicada de la travesía.
El mérito de Elcano no es menudo, pues consiguió llegar a España
en unas condiciones materiales lamentables; pero casi todo el camino
de regreso a casa que él capitanea tras la muerte de Magallanes en
las Filipinas, era sobradamente conocido en la marinería general.
Por eso, el lema de la expedición, en lugar de “Elcano fue el
primero” debió ser “Magallanes fue español”. Así, además de
atribuir a España la circunnavegación primera del globo terráqueo,
la historia de España se apuntaría también el descubrimiento del
Estrecho de Magallanes y el bautizo del Mar del Sur como Océano
Pacífico, una ocurrencia más del hispano-luso Magallanes.
Un
esclavo llamado Enrique
Sin
embargo, la disputa histórica por el anhelado título que
corresponde al primer hombre que circunnavegó la Tierra (título que
de momento figura en el escudo de armas de Elcano -Primus
circumdedisti me-) se extiende más allá de esta pareja de valientes
navegantes. Hay que llegar, para ser rigurosos con el pasado, hasta
el enigmático Enrique de Malacca o Enrique el Negro. Fue Enrique,
antes de llamarse así, un joven esclavo de piel oscura que
Magallanes adquirió a unos desalmados traficantes árabes en las
costas de la actual Malasia durante uno de sus primeros viajes hacia
el Este. Poco se sabía de aquel joven de catorce o quince años:
sólo que había sido apartado de su pueblo por sus captores,
secuestrado, en algún punto aún más oriental de la antigua Malaca;
y que debió de pertenecer a una familia aristócrata. Magallanes lo
bautizó con el único nombre que ha trascendido, Enrique, quedando
integrado a su servicio personal con carácter vitalicio. Enrique
acompañó a Magallanes en muchos de sus viajes posteriores y, por
supuesto, también, en el último y más aplaudido, el de la vuelta
al mundo, el que demostraría empíricamente lo que ya se sabía: que
la Tierra es redonda. El capítulo más fascinante de esta historia
sucede precisamente cuando Enrique aparece en escena. La expedición
se encuentra próxima a la actual Filipinas. Una canoa con ocho
guerreros se acerca a la nao española; sus tripulantes articulan
voces a los cristianos en una lengua que ninguno de los que se
encuentran en cubierta sabe entender ni identificar. Ninguno, menos
Enrique (así lo relata Pigafetta en su crónica de la expedición):
Enrique los entiende y, echando mano de aquella gramática oxidada en
su memoria desde la adolescencia, inicia con ellos una cordial
conversación que llevó a Magallanaes a concluir que aquel debió de
ser su pueblo de origen y aquellas tierras, las que le vieron nacer.
Enrique, que nació allí, acababa de completar la primera vuelta al
mundo: se convierte así en el primer hombre conocido en realizar una
hazaña como aquella. Magallanes lo supo enseguida y lo refirió. Era
la prueba palpable de que la tierra, como ya se sospechaba con
acierto desde muchos siglos atrás, era redonda.
La
venganza
La
historia de Enrique adquiere después un cariz tremendamente
dramático que pone de manifiesto la fuerza que las raíces raciales
y culturales pueden alcanzar sobre el espíritu. Con la muerte de
Magallanes, poco después de aquel encuentro histórico en Filipinas,
Enrique reclama la libertad que le pertenece, pues conocía a la
perfección la voluntad testamentaria de su señor (que no sólo se
refería a su manumisión sino también un importante legado de
maravedíes), y así rezaba en unos documentos que obraban en su
poder en España. Sin embargo, los oficiales en cuyas manos queda la
expedición no le creen y deciden mantenerlo en un forzado cautiverio
hasta que lleguen a España y puedan someter la decisión sobre su
libertad a la viuda de Magallanes, la señora Beatriz. Aflora
entonces el lado más salvaje de Enrique, que no encuentra razón
para su cautiverio ni reconoce en las humillaciones que ahora se le
dispensan ningún parecido con el trato paternal que mantuvo hacia él
su difunto dueño. Decide así escapar de su cepo aprovechando un
descuido, y huye hacia el interior de la selva a unirse con los
suyos. Desde allí organizará una emboscada contra los castellanos
fondeados en la playa; una emboscada que nace, evidentemente, del
redescubrimiento de sus orígenes filipinos y de “un sentimiento de
lealtad y pertenencia a un grupo largamente olvidados”, según
opinión de Laurence Bergreen. Peleará entonces, junto a los suyos,
contra los españoles a los que, de repente, considera enemigos e
invasores de “su isla”. A tal punto llega la venganza del joven
Enrique que, en aquella emboscada de Cebú, perecieron los miembros
más capacitados de la tripulación antes de que les diese tiempo de
refugiarse en sus barcos. La maltrecha flota de las Molucas se alejó
lo más rápido que pudo mientras oían todavía los gritos
desgarradores de quienes fueron pasados a cuchillo en tierra. Sin
embargo no todos los españoles fueron asesinados: se sabe que ocho
miembros de la expedición, los que no consiguieron llegar a tiempo a
sus barcos, fueron esclavizados por los compatriotas de Enrique y
vendidos a los mercaderes chinos que visitaban regularmente esta
isla. Enrique desaparece de la Historia en este punto. Lo último que
vieron los tripulantes de la flota mientras escapaban horrorizados de
la isla fue a los furiosos nativos de Cebú abatiendo la cruz de palo
que fue erigida en la montaña por los españoles y haciéndola
pedazos. La nao Victoria llega a Sanlúcar de Barrameda en 1522 con
sólo 17 de los 250 hombres que partieron. Vienen maltrechos o
enfermos, capitaneados por Elcano a quien de inmediato se otorga el
mérito de la expedición. Magallanes pasa a la letra pequeña de la
Historia y de Enrique de Malacca (o de Filipinas, más bien) no se
hablará jamás. Si alguien cree que Enrique sólo era un miembro más
de la tripulación y que, por eso, no merece mayores elogios
históricos, también Elcano viajó a las órdenes de otros hasta que
no le quedó más remedio que asumir el mando y regresar a casa por
los mares portugueses, ya cartografiados. La hazaña no fue cosa de
uno ni de dos. El cronista Pigafetta vivió para contarlo.
SimaCaribe/ 16/01/2015