viernes, 16 de enero de 2015

No fue Magallanes, Tampoco Elcano “Un esclavo asiático sería el primer hombre que dio la vuelta al mundo”


Los libros con que estudiamos, refieren que la primera vuelta al Mundo, para España, históricamente era irrelevante lo que hicieran antes que Colón, los Vikingos, los musulmanes o los africanos: la hazaña del descubrimiento de América debía corresponder a la Corona Española y no a una civilización considerada inferior.  Con motivo de la participación de España en la exposición universal de Aichi 2005, unos intrépidos marineros españoles se hicieron a la mar para repetir otra vuelta al mundo, menos aventurada sin duda. Contaban con medios de navegación parecidos a los del siglo XVI, pero viajaban con otras condiciones de seguridad y con la alimentación y la asistencia sanitaria garantizada...
La nueva nao era un barco recio, de aspecto pesado y robusto, aunque incómodo para el viajero: no era fácil imaginarse tantos meses de vida a bordo en un espacio tan inestable y, mucho menos, con las hambrunas y calamidades terribles que soportaron los hombres que partieron de Sevilla el 20 de septiembre de 1519 capitaneados por Fernando de Magallanes.
Nao Victoria
Fue una idea magnífica la de construir otra Nao Victoria en el siglo XXI y botarla con el noble objetivo de divulgar por todo el mundo la autoría y magnitud de aquella antigua hazaña. El boletín del mes de abril de 2007 de la Sociedad Geográfica Española ofrecía un dato desolador: sólo el 0,8 % de los extranjeros preguntados en una encuesta supieron contestar correctamente a la pregunta de quién dio la primera vuelta a mundo de la Historia (encuesta realizada en 47 puertos europeos y americanos durante los primeros años de la década de 1990). El resto desconocía la respuesta o bien otorgaba tal honor al corsario inglés Francis Drake.
En la nueva y flamante Victoria, atracada en el Muelle del Navío de Algeciras antes de zarpar rumbo a Japón por el Oeste, ultimaban preparativos los responsables de ese viaje cuyo objetivo primero era difundir la autoría española de la primera circunnavegación de la Tierra a las órdenes de Juan Sebastián Elcano. Querían echar por tierra la idea de que el mérito de aquella expedición no correspondía ni a un inglés como Drake ni a un portugués como Magallanes, sino a un español como Elcano. La imprecisión de esta noble empresa altruista empieza por considerar portugués a un hombre como Fernando de Magallanes que, si bien, nació en la portuguesa región de Tras os Montes, solicitó ser súbdito de la corona española en octubre de 1517, inmediatamente tras su llegada a Sevilla. Dejó entonces de ser Fernao de Magalhaes para empezar a firmar como Fernando de Magallanes. Y, aunque es cierto que la historia portuguesa lo tiene, hoy por hoy, en el panteón de sus hombres ilustres, también lo es que en aquellos años en que marchó de Portugal con la determinación de no regresar jamás anduvo despreciado y vilipendiado por las autoridades del país que lo vio nacer. En cualquier caso, si somos capaces de considerar a Cristóbal Colón como uno de los “españoles” más importantes de la Historia, aún habiendo nacido en Génova, con más razón deberíamos considerar a Magallanes como súbdito de la monarquía española. En definitiva, apoyándonos en los principios generales del Derecho, Magallanes tenía nacionalidad española cuando emprendió la vuelta al mundo (si es que puede usarse el término “nacional” en un tiempo en que el Derecho Internacional no llegaba a preocuparse por tales precisiones); y además no puede ponerse en duda que capitaneó la parte ignota y meteorológicamente más complicada de la travesía. El mérito de Elcano no es menudo, pues consiguió llegar a España en unas condiciones materiales lamentables; pero casi todo el camino de regreso a casa que él capitanea tras la muerte de Magallanes en las Filipinas, era sobradamente conocido en la marinería general. Por eso, el lema de la expedición, en lugar de “Elcano fue el primero” debió ser “Magallanes fue español”. Así, además de atribuir a España la circunnavegación primera del globo terráqueo, la historia de España se apuntaría también el descubrimiento del Estrecho de Magallanes y el bautizo del Mar del Sur como Océano Pacífico, una ocurrencia más del hispano-luso Magallanes.
Un esclavo llamado Enrique
Sin embargo, la disputa histórica por el anhelado título que corresponde al primer hombre que circunnavegó la Tierra (título que de momento figura en el escudo de armas de Elcano -Primus circumdedisti me-) se extiende más allá de esta pareja de valientes navegantes. Hay que llegar, para ser rigurosos con el pasado, hasta el enigmático Enrique de Malacca o Enrique el Negro. Fue Enrique, antes de llamarse así, un joven esclavo de piel oscura que Magallanes adquirió a unos desalmados traficantes árabes en las costas de la actual Malasia durante uno de sus primeros viajes hacia el Este. Poco se sabía de aquel joven de catorce o quince años: sólo que había sido apartado de su pueblo por sus captores, secuestrado, en algún punto aún más oriental de la antigua Malaca; y que debió de pertenecer a una familia aristócrata. Magallanes lo bautizó con el único nombre que ha trascendido, Enrique, quedando integrado a su servicio personal con carácter vitalicio. Enrique acompañó a Magallanes en muchos de sus viajes posteriores y, por supuesto, también, en el último y más aplaudido, el de la vuelta al mundo, el que demostraría empíricamente lo que ya se sabía: que la Tierra es redonda. El capítulo más fascinante de esta historia sucede precisamente cuando Enrique aparece en escena. La expedición se encuentra próxima a la actual Filipinas. Una canoa con ocho guerreros se acerca a la nao española; sus tripulantes articulan voces a los cristianos en una lengua que ninguno de los que se encuentran en cubierta sabe entender ni identificar. Ninguno, menos Enrique (así lo relata Pigafetta en su crónica de la expedición): Enrique los entiende y, echando mano de aquella gramática oxidada en su memoria desde la adolescencia, inicia con ellos una cordial conversación que llevó a Magallanaes a concluir que aquel debió de ser su pueblo de origen y aquellas tierras, las que le vieron nacer. Enrique, que nació allí, acababa de completar la primera vuelta al mundo: se convierte así en el primer hombre conocido en realizar una hazaña como aquella. Magallanes lo supo enseguida y lo refirió. Era la prueba palpable de que la tierra, como ya se sospechaba con acierto desde muchos siglos atrás, era redonda.
La venganza
La historia de Enrique adquiere después un cariz tremendamente dramático que pone de manifiesto la fuerza que las raíces raciales y culturales pueden alcanzar sobre el espíritu. Con la muerte de Magallanes, poco después de aquel encuentro histórico en Filipinas, Enrique reclama la libertad que le pertenece, pues conocía a la perfección la voluntad testamentaria de su señor (que no sólo se refería a su manumisión sino también un importante legado de maravedíes), y así rezaba en unos documentos que obraban en su poder en España. Sin embargo, los oficiales en cuyas manos queda la expedición no le creen y deciden mantenerlo en un forzado cautiverio hasta que lleguen a España y puedan someter la decisión sobre su libertad a la viuda de Magallanes, la señora Beatriz. Aflora entonces el lado más salvaje de Enrique, que no encuentra razón para su cautiverio ni reconoce en las humillaciones que ahora se le dispensan ningún parecido con el trato paternal que mantuvo hacia él su difunto dueño. Decide así escapar de su cepo aprovechando un descuido, y huye hacia el interior de la selva a unirse con los suyos. Desde allí organizará una emboscada contra los castellanos fondeados en la playa; una emboscada que nace, evidentemente, del redescubrimiento de sus orígenes filipinos y de “un sentimiento de lealtad y pertenencia a un grupo largamente olvidados”, según opinión de Laurence Bergreen. Peleará entonces, junto a los suyos, contra los españoles a los que, de repente, considera enemigos e invasores de “su isla”. A tal punto llega la venganza del joven Enrique que, en aquella emboscada de Cebú, perecieron los miembros más capacitados de la tripulación antes de que les diese tiempo de refugiarse en sus barcos. La maltrecha flota de las Molucas se alejó lo más rápido que pudo mientras oían todavía los gritos desgarradores de quienes fueron pasados a cuchillo en tierra. Sin embargo no todos los españoles fueron asesinados: se sabe que ocho miembros de la expedición, los que no consiguieron llegar a tiempo a sus barcos, fueron esclavizados por los compatriotas de Enrique y vendidos a los mercaderes chinos que visitaban regularmente esta isla. Enrique desaparece de la Historia en este punto. Lo último que vieron los tripulantes de la flota mientras escapaban horrorizados de la isla fue a los furiosos nativos de Cebú abatiendo la cruz de palo que fue erigida en la montaña por los españoles y haciéndola pedazos. La nao Victoria llega a Sanlúcar de Barrameda en 1522 con sólo 17 de los 250 hombres que partieron. Vienen maltrechos o enfermos, capitaneados por Elcano a quien de inmediato se otorga el mérito de la expedición. Magallanes pasa a la letra pequeña de la Historia y de Enrique de Malacca (o de Filipinas, más bien) no se hablará jamás. Si alguien cree que Enrique sólo era un miembro más de la tripulación y que, por eso, no merece mayores elogios históricos, también Elcano viajó a las órdenes de otros hasta que no le quedó más remedio que asumir el mando y regresar a casa por los mares portugueses, ya cartografiados. La hazaña no fue cosa de uno ni de dos. El cronista Pigafetta vivió para contarlo.

SimaCaribe/ 16/01/2015