Los avistajes de fauna en la costa patagónica ya tienen a las estrellas de la temporada. Pero las ballenas francas australes –cuyo avistaje en Península Valdés se complementa con las toninas overas y otras especies– no conocen de fronteras y se ven también desde las costas uruguayas y brasileñas, en un show natural cada vez más extendido.
Al turista actual, que viaja a veces miles de kilómetros en busca de divisar en su propio hábitat a uno de los animales más grandes del mundo, no pueden sino resultarle curiosas las leyendas del pasado que presentaban a las ballenas como monstruos marinos de inusitada ferocidad. Ahí está Simbad para recordarlo, acompañado de Jonás y de Pinocho, que también tuvieron sus experiencias internados en las profundidades tenebrosas del gigantesco cetáceo.
Sin embargo, las ballenas no dejan de ser animales fantásticos, aunque sea por otros motivos: empezando por su antigüedad, ya que se estima que las ballenas arcaicas existieron hace unos 50 millones de años. Un animal terrestre que con el tiempo adaptó sus patas en aletas y se convirtió en “misticeto”, nombre científico para una boca que en lugar de dientes tiene unas láminas córneas conocidas como “barbas”. En otras palabras, una especie de tamiz que filtra el plancton para que un alimento microscópico pueda alimentar a un animal auténticamente macroscópico.
RUMBO A LA PENINSULA En nuestro país el escenario para el avistaje de ballenas tiene nombre y apellido: Península Valdés, que al borde de las vacaciones de invierno tiene todo listo para recibir a los valientes dispuestos a embarcarse. La estación invernal es objeto de duda frecuente: ¿conviene o no elegirla para el avistaje? Algo de gusto personal puede condicionar la respuesta, pero lo cierto es que el invierno es menos ventoso que la primavera, y el frío se combate simplemente con buen abrigo: en cuanto a cantidad de animales, abundan. No se trata de algunos ejemplares aislados acá y allá; las ballenas francas australes son una presencia constante frente a las costas de la Península Valdés y de la propia Puerto Madryn.
Vale recordar que Puerto Pirámides, ese pueblito que a pesar de los años transcurridos sigue teniendo aspecto de pionero, es el único sitio autorizado para embarcarse en busca del “avistaje garantizado” tan deseado por los turistas. Son seis los operadores autorizados para una actividad que está bien regulada, con intenciones de limitar la presión sobre los animales: en la proa de las lanchas y catamaranes los guías subrayan que jamás se contradice el “ánimo” de los cetáceos; es decir que la embarcación no tardará en alejarse si la ballena no se muestra receptiva a la interacción con los visitantes. Bastará con enfilar hacia otro grupo que sí esté dispuesto a acercarse, a pasar por debajo, a dejarse fotografiar como posando y –un poco más lejos– a saltar con una gracia sorprendente. No hace falta recordar que para cualquier ser humano el agua es de una temperatura paralizante: ellas, sin embargo, se muestran más activas que nunca. Bastará un rato para que los observadores descubran el ritmo de los saltos –suelen venir en series de cinco o seis– y empiecen a distinguir con habilidad a la distancia la sombra del oleaje del lomo de las ballenas.
Por supuesto, la visita a la Península no se queda en las ballenas, por eso es conveniente dejar bien temprano Madryn o Trelew, los sitios más habituales donde alojarse, y aprovechar el día. Puerto Pirámides es muy chico y en invierno no invita a quedarse disfrutando de las playas, como sucede a partir de los mejores días de octubre, pero después del avistaje es un excelente punto de partida para recorrer el resto de la Península. Imposible salir decepcionado de este increíble “show a cielo abierto” que permite observar lobos y elefantes marinos cerca del Faro de Punta Delgada (donde también hay un puñado de camas para alojarse) o bien ir hasta Punta Norte, el apostadero de elefantes marinos más distante, con una espectacular vista sobreelevada sobre las aguas del Atlántico Sur. ¿Y las orcas? Nunca se sabe. Hasta los habitués de la región admiten que son difíciles de ver, pero no imposibles: de pronto el mar puede deparar la sorpresa, y allí aparecen ellas con sus lomos blancos y negros acercándose peligrosamente a la orilla. En todo caso, durante la visita a la Península en invierno hay que conservar cierto timing, ya que anochece relativamente temprano para la cantidad de kilómetros que hay que recorrer, y no existen paradores que permitan hacer un alto improvisado. Este es territorio de guanacos, de choiques y de maras, más fáciles de ver por aquí que la gente.
A TODA COSTA Como cada uno tiene sus preferencias, los que no quieran ir hasta la Península Valdés para embarcarse tienen una opción de avistaje de ballenas muy cerca de Puerto Madryn. En realidad, tan cerca que ni siquiera hace falta moverse de la ciudad: desde la playa misma y desde el muelle, así como desde el restaurante situado sobre las viejas cuevas que sirvieron de refugio a los primeros galeses, se ven por doquier los lomos negros y los chorros en “V” que caracterizan a la especie. Y no sólo se las ve, ya que también se las escucha, con un bramido sordo que las hace inconfundibles. Desde las habitaciones de los hoteles que dan sobre la costa, los oídos atentos también las escuchan con facilidad, y bien temprano por la mañana son el mejor despertador natural de la región.
Sin embargo, hay otro lugar perfecto para el avistaje costero, a sólo 17 kilómetros de Puerto Madryn. Para muchos residentes, es el mejor sitio para irse simplemente a pasar el día al borde de la costa y cansarse literalmente de ver ballenas. Son las playas de El Doradillo, una franja pedregosa donde la profundidad del agua y la protección que ofrece para las crías parece atraer a las ballenas para todo el proceso de cortejo, apareamiento y cuidado de los ballenatos. Aquí también es visible un fenómeno que en los últimos años cobró intensidad y divide a la población y los científicos: se trata de la proliferación de gaviotas en las costas del Golfo, debido sobre todo a la falta de una planta de tratamiento de desechos. La basura al aire libre y la abundancia de comida multiplicó las gaviotas, que ahora atacan el lomo de las ballenas a picotazos, dañándolas a veces con severidad. El dilema es si hay que dejar actuar a la naturaleza, o si se debe realizar algún tipo de intervención. Un buen tema para plantear sobre la playa de El Doradillo, en la saliente natural de Punta Flecha, que alberga un refugio de la Fundación Patagonia ideal para detenerse un rato y escuchar los sonidos de las ballenas amplificados gracias a un hidrófono: es toda una maravilla oír las comunicaciones entre ellas y dejarse llevar por la imaginación en cuanto a significados...
BALLENAS EN MIGRACION Las ballenas son las reinas de la Península Valdés desde el otoño hasta el fin de la primavera; luego migran hacia aguas más australes para alimentarse y cuidar a sus crías. Esos largos viajes no las llevan sólo junto a las costas del Golfo Nuevo: la población de cetáceos, en crecimiento desde que goza del estatuto de especie protegida, llega también hasta las costas uruguayas y más al norte aún hasta las aguas del estado brasileño de Santa Catarina.
En Uruguay los avistajes son incipientes, sin el desarrollo de la actividad que caracteriza a los avezados guías de la Península Valdés. Las salidas se organizan en particular de agosto a octubre en las costas de Maldonado y Rocha, y es bastante probable encontrarse con algún ejemplar de ballena franca, aunque los guías prefieren recordar que las aguas del Atlántico “no son un zoológico” y por lo tanto no hay garantías de encontrarse con los tan buscados ejemplares. De Piriápolis a la bien llamada Punta Ballena hay también varios puntos de observación costeros: lo ideal es informarse con los lugareños, que en general saben dónde se las ha visto o dónde es mayor la probabilidad de encontrarse con las ballenas. Cuando el objetivo del viaje es acercarse sí o sí a la fauna marina, Península Valdés no tiene rival: pero durante una estadía invernal en Punta del Este, bien vale la pena hacer el intento de un avistaje de la “eubalaena australis”, como reza su nombre científico.
Y si se va más al norte, las costas brasileñas también tienen lo suyo y en los últimos tiempos están promoviendo con más fuerza las salidas de avistaje. El lugar recomendado es Praia do Rosa, una bella bahía del estado de Santa Catarina rodeada de colinas verdes y muy buscada en verano por la belleza de sus playas. El sitio, a unos 70 kilómetros de Florianópolis, es tan conocido como accesible. Por lo visto, las ballenas no son insensibles a la calidez de sus aguas, y entre junio y noviembre es posible verlas en una franja costera de unos 100 kilómetros de extensión que va de la Isla do Papagaio al Faro de Garopaba. A veces son tan numerosas que la especie le valió a la región el apodo de “vivero de ballenas”. En estas aguas se organizan salidas embarcadas, pero también se realizan actividades científicas y de concientización para lograr la preservación de la especie y observaciones responsables.
Agencias/SimaCaribe 12 jul 2011