El británico David Abulafia ha escrito una fascinante historia del Mediterráneo desde el Paleolítico hasta nuestra actualidad de turismo de masas y construcciones hoteleras que tan terriblemente afean las costas del que el gran Rubén Darío llamó en un hermosísimo poema el Mar Latino.
Abulafia, profesor de Historia del Mediterráneo de la Universidad de Cambridge, que se había fijado en un estudio anterior -"El Descubrimiento de la Humanidad" (Yale)- en los primeros contactos entre los europeos y el Nuevo Mundo, fija ahora su vista en otros intercambios: los de los pueblos de las riberas del Mare Nostrum.
"The Great Sea: A Human History of the Mediterranean" (El Gran Mar: Historia Humana del Mediterráneo, 783 páginas. Ed. Allen Lane) se titula este nuevo libro, que supone un enfoque muy distinto del adoptado en su día por el gran historiador francés Fernand Braudel en su obra ya clásica "El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II".
Si aquella gran figura de la llamada escuela de los Anales consideraba el Mediterráneo como una unidad de civilización y a los habitantes de los países ribereños como prisioneros de un destino común, Abulafia adopta un enfoque muy distinto al destacar la diversidad y la importancia de la acción individual.
Frente al enfoque sincrónico -horizontal- del francés, que hacía hincapié en las características comunes en un momento determinado de la historia, el británico adopta uno diacrónico -vertical-, enfatizando el cambio en el tiempo, la diversidad étnica, lingüística, religiosa y política que han hecho de ese mar "el lugar más vigoroso de interacción entre distintas sociedades sobre la faz del planeta".
El libro de Abulafia no niega la importancia de los vientos y las corrientes en la navegación, pero más que en eso o en la geografía, se fija en el factor humano, en las decisiones de actores concretos, ya sean fenicios, griegos, bizantinos, romanos, catalanes, turcos o venecianos.
Como él mismo señala, su libro rebosa de "decisiones políticas", con armadas lanzadas a la conquista de Cartagena, de Acre o Famagusta, de Menorca o de Malta, decisiones racionales o no, individuales o colectivas, pero que han dejado su impronta en los países de la región.
Abulafia concede una enorme importancia a los intercambios comerciales entre pueblos de orígenes distintos, al transporte de pescado, de cereales, de sal, de aceite, de "garum" hasta los metales preciosos como el oro y la plata, la seda y los artículos lujosos para unas ciudades cada vez más ricas gracias precisamente al comercio.
La historia del Mediterráneo es para él la historia de las ciudades portuarias, de distintas lealtades políticas, donde los comerciantes de toda esa zona geográfica e incluso de más allá se reunían e interactuaban, ciudades como Alejandría, Barcelona, Valencia, Pisa, Génova, Venecia, Amalfi o Palermo.
Esas ciudades fueron desde tiempos remotos vectores para la transmisión de ideas, incluidas las creencias religiosas: los mercaderes fenicios, que establecieron colonias en islas como la antigua Gadir (hoy Cádiz, en el sur de España), difundieron su alfabeto, que ayudó a los comerciantes de ese y otros pueblos a anotar sus transacciones.
Entre los comerciantes del Mediterráneo medieval destacan los judíos, que demostraron, como explica Abulafia, una enorme habilidad a la hora de traspasar las fronteras culturales y supieron aprovechar el hecho de que los musulmanes tuvieran vetado residir o comerciar en tierras de infieles.
Una gran fuente de información sobre la vida económica en el Mediterráneo entre 950 y 1150 es la que proporcionó, por ejemplo, el hallazgo de los numerosos documentos depositados por los comerciantes judíos en un desván de la sinagoga Ben Ezra, de El Cairo.
El autor se ocupa en sucesivos capítulos del impacto de las cruzadas, de la expansión comercial catalana, de la creación de las ciudades-estado italianas, de la expulsión de judíos y moriscos de la Península Ibérica, de la lucha contra los piratas berberiscos, de la intrusión de una potencia no mediterránea como Gran Bretaña en aguas mediterráneas, de la caída del imperio otomano o de los nuevos nacionalismos como el del egipcio Naser.
Es en definitiva esta de Abulafia, él mismo de origen sefardí, una obra con mucha información, excelentemente documentada y sobre todo de fácil y amena lectura, como es habitual en los historiadores británicos.
Agencias/SimaCaribe 03 jun 2011