viernes, 17 de junio de 2011

Agua del recuerdo voy a navegar

El agua fue antes.

Bien sabía El Padre que le haría falta a los humanos. Y no se trató sólo de ella como elemento vivificador sino de su sonido como música. Se trató del murmullo de los arroyos, de esa gota de rocío tan a la mano poética de Manuel Felipe Rugeles como de Silvio Rodríguez; se trató del abrazo sonoro del mar y del temor rítmico de las tormentas. Todo agua, todo Dios, todo poesía como aliento del alma. Junto al agua, los árboles y el trino de las aves completaron los acordes para que la mas hermosa sinfonía se conociera antes de que el hombre tuviera partituras.

Luego vendría el infortunio de perder el Paraíso.

“¡En marcha, en marcha, postillón, agita el látigo inclemente! Y a más andar, el carro diligente por la orilla del mar se precipita…y el aura fugitiva de los mares que viene, leda, a acariciar mis sienes me susurra al oído con misterioso acento: Bienvenido.” Y así el azul mar venezolano quedó en el reflejo de la Vuelta a la Patria, de Pérez Bonalde en retorno de exilio, a través de la sensibilidad que en su nombre tejen los humanos.

“Amo el amor de los marineros, que besan y se van/ en cada puerto un mujer espera. Los marineros besas y se van”. Podía escribirlo Pablo Neruda de tanto asociar la vida con el inexorable paso del agua frente a la costa que eligió para esconder su cuerpo mientras develaba su alma.

“Cuando el canal era un río, cuando el estanque era el mar, y navegar era jugar con el viento, era una sonrisa a tiempo, fugándose feliz de país en país, entre la escuela y mi casa. Después el tiempo pasa y te olvidas de aquel barquito de papel.” Retrato evocado y cantando por Joan Manuel Serrat, quien de tanto Mediterráneo aprendió a leer los códigos místicos del acompasar acuático.

“Zapatitos de lluvia calza la pordiosera, se los dio su madrina que es hilandera. Zapatitos de lluvia calza resplandeciente con lazos de arcoiris, y de ponientes.

Zapatitos de lluvia calza, por los senderos. Cuando la niña pisa, saltan luceros”. Y el agua de la lluvia acompaña la pobreza feliz que maravilla en la pluma de Jacinto Fombona, musicalizada por el maestro Vicente Emilio Sojo.

“Pregúntale a ese mar donde solía llorar mi corazón, si por su arena,

con dulce silbo de veloz sirena, cruzó la virgen que me viera un día

contar los granos de la arena mía…” y el tachirense Juan Beroes le da al agua profunda el grado de confidente. Como de referencia la dio Aquiles Nazoa cuando descubrió el mar de la mano de su padre o Andrés Eloy Blanco asiendo las aguas antillanas para dedicarlas a Rubén Darío.

“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…” Imposible separar el agua de la poesía y menos de la música. Evohé…Mare nostrum…

Acuífero musical

Si en algún territorio se dan la mano perfectamente los músicos académicos y los cultores musicales de nuestros pueblos es en el acuático. La canción romántica, la de conciencia urgente, la patriótica, la contemplativa, la de trabajo, la festiva, la religiosa y hasta la que se congracia con el encargo que de ella se hace tiene tantas formas como el agua misma. Podemos recordar y repasar algunos ejemplos.

No hay río en el mundo que no tenga una canción. Orinoco río abajo, río Manzanares, Puente sobres aguas turbulentas, a orillas del Cauto, Rio amarillo, pasando el río, arroyito de mi pueblo, Viajera del río, Rio crecido…

Y como el río las lagunas y lagos: A las orillas del Titicaca, El lago el puerto y la gente, La Restinga, Laguna Vieja, el lago azul de Ypacarai… Es decir, desde Rafael Montaño y Alfredo Gutiérrez hasta Luís María Frómeta Pereira, -Billo-, pasando por Manuel Yánez, Paul Simon, José Enrique Sarabia,- Chelique- y Francisco Repilado, -Compay Segundo-, sin olvidar a Francisco Mata, y mucho menos a Alí Primera.

La lluvia, como forma de expresión del agua cuenta con un sin fin de temas: La canción de la lluvia, el aguacero, Zapatitos de lluvia, Gotas de lluvia caen sobre mi cabeza, Agua que cae del cielo, Agua de mayo, Gota de breve rocío, la Gota de rocío, Rabo de nube, Un cigarrillo, la lluvia y tú, Lluvia de tu cielo… Calixto Ochoa, Burt Bacharah, Willy Rosario, Adalberto Álvarez, Carlos Quintana,-tabaco-, Silvio Rodríguez, Alberto Cortéz, Tito Rodríguez…

Y para qué decir del mar, desde los señalados con sus nombres propios como el Mediterráneo, el mar Muerto, el de las Antillas ó mar Caribe, Mar del Plata… hasta el mar genérico que guarda aventuras y desventuras, sueños de poetas y episodios que marcan el alma de los seres. Desde Tristeza Marina hasta la Mar Serena las olas y sus vaivenes pasan por Serrat, la orquesta Aragón, Mercedes Sosa, Barrio Obrero, Leo Marini, Los Vasallos del Sol, Reynaldo Armas, Lilia Vera, Juan de los Santos Contreras – el Carrao de Palmarito-, Simón Díaz, Rafa Galindo…

La constelación marina de poetas y cantores rebasa lo que pudiéramos escribir.

Lo anterior puede unirse a las joyas de la música académica a las que por fortuna tenemos acceso. Desde la Música Acuática de Haendel de 1717 hasta los Juegos de agua de Maurice Ravel de 1902, pasando por El Invierno de Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi de 1723 para llegar incluso al Danubio azul de Johan Strauss. Mirando la obra de un hombre de mar como el margariteño Inocente Carreño, o la obra de Otilio Galíndez, o los trabajos de un hombre de río como el guayanés Antonio Lauro nos damos cuenta de la influencia determinante del agua en la poética y la música de nuestro país. Y es que hasta en el agua de las Azores cayeron las voces de aquél orfeón, y el agua orinoquense se llevó una cierta Madera olorosa a jazmín café…

Hay otra forma de música generada por el agua. Es la que cantan los pueblos luego de la batalla por el agua misma. Un colectivo no es para nada fugaz, y mucho menos lo es la coronación comunitaria del trabajo para que ella, el agua llegue a campos y asentamientos. El pico y la pala para abrir las zanjas por donde luego irá una tubería convierte al sudor, agua al fin y al cabo en un canto de trabajo como pocos. La cerveza, o la limonada, agua también, que acompañan el ritmo sobre la tierra, o la atención sobre la olla de la sopa comunal (agua igualmente) adelantan el fruto líquido de tanto esfuerzo. Y cuando se abre en acto de alegría la llave que evidencia que el agua es del pueblo la fiesta es canto, y el canto es agua.

El arca de la alianza

Es la opinión de quien escribe que la música coral es la que mas y mejor atesora la música del agua. Ha de ser que la polifonía humana es lo mas cercano a la complejidad armónica de un río. Las obras de Vicente Emilio Sojo, Antonio Lauro, José Antonio Calcaño, Inocente Carreño y Otilio Galíndez entre otros son arca de excelente factura para preservar los tesoros del agua transformados en música de hombres y mujeres.

Mas allá está el paisaje. Y si usted quiere saber lo que somos delante del agua inspiradora, vaya a un río,a un mar,a un agua que canta… y que convoca.

Como decía Nicolás Guillén: “Agua del recuerdo voy a navegar”...

Periodista

lilrodriguez@cantv.net

@lildelvalle


Permitida su reproducción citando la fuente: SimaCaribe


SimaCaribe 17 jun 2011