Las temperaturas bajo cero en la Antártida son el aviso de que llegó la hora de migrar. Las ballenas jorobadas del Pacífico sudeste lo saben y emprenden el viaje. El recorrido de 8 mil kilómetros hasta las costas de Ecuador les demanda menos energía que mantenerse en esas heladas aguas, donde, durante el invierno, escasea el alimento debido a la ausencia de sol y otros factores climáticos.
Las visitantes jorobadas llegan y empieza el espectáculo. Soplos, saltos, piruetas..., un atractivo turístico que agita la economía de las zonas costeras, un síntoma de que las cálidas aguas ecuatorianas (alrededor de 25 grados) ayudan a mantener la temperatura promedio (37,5 grados) de estos mamíferos gigantes, una oportunidad para que la comunidad científica, local e internacional, investigue más sobre ellos.
Conocerlas para protegerlas, ese es el objetivo del biólogo marino Fernando Félix, del Museo de Ballenas, en Salinas, Santa Elena. Con treinta años de investigación relacionada con estos cetáceos, el científico tiene buenas y malas noticias.
Entre las buenas, que la población que llega a costas ecuatorianas se incrementa en el 5% anual; pero entre las malas noticias aparecen problemas que desencadenarían en la reducción del número de ballenas, en caso de no tomarse medidas al respecto.
“Las redes que se instalan en las costas marinas son el principal riesgo para las ballenas y para los mismos pescadores artesanales”, dice Félix, quien explica que, debido a la falta de legislación y control sobre los métodos de pesca artesanal, este grupo instala redes (de 2 kilómetros de largo por 8 metros de profundidad, aproximadamente) en las que las ballenas, que necesitan salir a la superficie cada quince minutos para no ahogarse, pueden quedarse enredadas y morir.
Los pescadores artesanales suelen dejar estas redes “instaladas” en el mar, sirviéndose de flotadores y pesos en las extremidades, que las mantienen extendidas a la espera de sus presas (peces grandes como picudos, dorados...); pero también suelen enganchar la embarcación a la red y quedarse esperando a los peces. “Imagínese que una ballena se choque con la red en ese momento”, plantea Félix. “La ballena puede arrastrar la embarcación en su intento por liberarse”, manifiesta.
Ante esto, el biólogo Gustavo Iturralde, especialista en proyectos y normativas de la Subsecretaría de Gestión Marino Costera, asegura que dentro del Plan de Manejo de la Reserva de Producción Faunística Costera de la Puntilla de Santa Elena (área protegida creada a fines del 2008), que planean presentar en los próximos meses, se contempla el inicio de estudios para determinar el impacto del uso de redes artesanales y se propone realizar acuerdos con pescadores de esta zona para que, entre junio y septiembre, no se instalen artes de pesca que puedan afectar a las ballenas.
Entre los últimos datos registrados, dentro del Estudio Poblacional de la Ballena Jorobada en Salinas durante la temporada 2010, presentado por el Museo de Ballenas como informe anual de actividades al Ministerio del Ambiente, se detalla la presencia de 839 cetáceos en este sector en el 2010.
Pero de acuerdo con investigaciones anuales realizadas desde 1991 por la Fundación Ecuatoriana para el Estudio de Mamíferos Marinos y posteriormente por el Museo de Ballenas, cada año se encuentran entre cuatro y cinco ballenas enredadas en trasmallos artesanales, pero se presume que el número asciende a 30 ejemplares, muchos de ellos se ahogan lejos de las costas y sirven de alimento para otros cetáceos más grandes, como las orcas.
Pero a esta mala noticia se suma otra: el naciente negocio de piscinas de criaderos de peces. “Ahora existen unas tres piscinas experimentales, pero si el número crece, sería pésimo para el hábitat de las ballenas”, dice Félix. Mientras, Iturralde enfatiza que esta actividad es responsabilidad del Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca. “Esto está en fase exploratoria. Si llega a concretarse la actividad, el Ministerio del Ambiente tomará las medidas para proteger el ecosistema”, añade.
Entre los principales conflictos que esta actividad ocasionaría, entre junio y septiembre, están: la reducción del espacio de navegación para las ballenas; mayor riesgo de enredo; y la contaminación del fondo marino por los restos de alimentos que dejan las piscinas.
Y ante estos conflictos, los controles son mínimos, refieren las investigaciones; pero Iturralde argumenta que los controles están concentrados en las áreas protegidas y que la Dirección Nacional de Espacios Acuáticos es la responsable de los espacios fuera de ellas.
Mientras tanto, los incumplimientos continúan. Aunque los reglamentos para el avistamiento de ballenas señalan que las embarcaciones solo deben zarpar de puertos donde haya una capitanía o un retén de las Fuerzas Armadas, y que en estas debe abordar una persona capacitada para la actividad, el domingo anterior, por ejemplo, en Salinas, este Diario constató que embarcaciones privadas (no turísticas) se acercan a estas huéspedes gigantes sin cumplir tales disposiciones.
6 Mil a 10 mil ballenas, aproximadamente, navegan en las costas ecuatorianas entre junio y septiembre. Generalmente, estas especies son vistas en grupos de tres, o las madres con sus crías.
Sugerencias: Del Museo de ballenas
Que los pescadores artesanales no instalen trasmallos en las zonas de avistamiento de ballenas, pues estas no pueden reconocerlas y evitarlas y si su gran cuerpo se enreda en ellas, será muy difícil que escapen. En el intento, se asfixian, o se ahogan al no poder salir a la superficie cada quince minutos.
Que dentro de cualquier iniciativa comercial, como las piscinas de criadero de peces, se contemple el impacto para las ballenas jorobadas.
Que se incrementen los controles en la playa, para que solo zarpen embarcaciones con personal capacitado.
Agencias/SimaCaribe 17 jul 2011
Agencias/SimaCaribe 17 jul 2011