Las ballenas son los animales más grandes del mundo, tal es así que algunos ejemplares duplican en longitud y peso a los dinosaurios. Su canto puede llegar a durar unos 30 minutos y cada especie y cada individuo de esa raza emite una musicalidad diferente.
Por el momento, y según el investigador francés de Bioacústica de la Universidad París Sur, Olivier Adam, estos animales además de estar protegidos son uno de los principales termómetros mediante los que se puede diagnosticar el calentamiento global del planeta y su forma de comunicarse, es decir su canto, puede determinar diversas variables como el estado de las aguas. ¿Pero qué ocurriría si ese canto fuera trasladado a un modelo matemático que sirviera para identificar el número de individuos y colonias de las más de ochenta clases de cetáceos que existen en los diferentes mares y océanos?. Que se podría decir que en el archipiélago subantártico de Crozet el número de ballenas azules es inferior a diez.
Aunque pueda parecer algo paradójico, sencillo o hipotético, a simple vista, no lo es. La encargada de desarrollar este modelo matemático a través del trova de las ballenas, belugas, orcas y cachalotes, entre otros muchos, ha sido una estudiante vallisoletana de 27 años, Rocío Prieto González, quien el pasado martes mostró en el Centro de Tordesillas de Relaciones con Iberoamérica (entidad dependiente de la Universidad de Valladolid) los avances científicos en su tesis doctoral, cuyo objetivo principal es el de estimar la densidad de poblaciones de cetáceos, utilizando los cantos que estos emiten.
Rocío siempre estuvo muy vinculada con el agua y desde que tenía muy corta edad aseguraba a todo el mundo que ella trabajaría con ballenas. Algo que viviendo en Valladolid es improbable, ya que la fauna y flora acuática se reduce a carpas y microorganismos de río.
Cuando realizó Selectividad no sabía muy bien qué carrera escoger pero al final se decidió por matemáticas. «Yo a todo el mundo que me preguntaba les decía que quería trabajar con delfines y ballenas y claro la gente me miraba con cara de decir 'esta chica se ha confundido de carrera y no está muy bien'».
Tras licenciarse hace algo más de tres años y ver que no tenía muy definido su futuro, decidió tomarse un verano sabático para pensar cuál sería el rumbo de su vida una vez finalizado su periodo universitario. «Me fui a Francia unos días a ver a unos amigos y allí fue donde me enteré de que un profesor de la Universidad Sur de París trabajaba con cetáceos», explica Rocío, quien no perdió ni un solo segundo en enviar su 'curriculum vitae' y una carta de motivación donde explicaba por qué quería trabajar con el experto.
Una vez aceptada y con tema de tesis estipulado, Rocio regresó a Valladolid donde se pasó el primer año lectivo de su doctorado (2008-2009) buscando financiación. «Aspiré a más de once becas y cuando pensaba que ya no tenía financiación para poner en marcha mi investigación sobre los cantos y los cetáceos me concedieron una ayuda de La Caixa que me posibilitó iniciar el trabajo de campo», precisa la joven.
Ni los más de 7.000 kilómetros que separan la pequeña isla de Guadalupe ( Guayana Francesa) de su casa en Parquesol, ni los mosquitos e insectos de tamaños espectaculares pudieron hacer que Rocío desistiera en su empeño de intentar traducir el canto de las ballenas en una fórmula que las contabilizara. «El primer año de la tesis me fui cinco meses a Guadalupe, donde mi codirector de tesis, Olivier Adam, estaba realizando varias investigaciones», añade Rocío, quien agrega que «en Guadalupe hay una gran biodiversidad, ya que de las más de 80 especies de cetáceos se encuentran representadas un total de 23 y, además, se está construyendo un observatorio marino». Durante casi medio año, Rocío, que estaba integrada en el equipo de biología marina, aprovechó la experiencia para realizar la captación de los sonidos. «Allí hice mucho trabajo de campo, con salidas al mar de cinco horas en las que tomábamos datos con las técnicas que utilizamos en las misiones científicas», comenta.
A 6.000 millas
El sistema era salir a alta mar y bajar a unos 300 o 400 metros de profundidad un hidrófono con el que se grababa la frecuencia a la que los animales emitían sus cantos. «Las especies que emiten a bajas frecuencias se pueden captar a muy larga distancia, a 5.000 o 6.000 millas», precisa Rocío. Por el momento, esta doctoranda aún no está trabajando con los datos de Guadalupe, pero para desarrollar su modelo ha utilizado las mediciones de otra tesis grabadas en el archipiélago subantártico de Crozet, donde el Gobierno francés puede utilizar mediante un convenio la información de una de las ocho estaciones del sistema internacional de vigilancia (MIS), cuyo objetivo es detectar explosiones nucleares.
Con un año entero de grabaciones, Rocío ha desarrollado un sistema de conteo para saber el número de cantos. Una vez que tiene estipulado el tiempo en el que llegan esos cantos, la matemática pasa la data a un modelo espacio-temporal denominado 'poisson' (pez en francés). «Los modelos de 'poisson' se adaptan muy bien a los sistemas de conteo, entonces, como los cantos en total que vamos a obtener van a ser la suma de los cantos producidos por cada ballena, nosotros estimamos con este modelo el número de ballenas que hay», argumenta esta estudiante, quien ya tiene calculado que en esta zona subantártica es inferior a diez. Aún habría que mejorar mucho el modelo para poder contabilizar a todos los individuos de las 23 especies de cetáceos representadas en Guadalupe, ya que esta investigación se encuentra en una fase inicial, pero la falta de financiación podría dar al traste con este sistema que en un futuro podría determinar de manera más exacta el número de cetáceos del planeta.
Agencias/SimaCaribe 11 jul 2011