Es un hecho incontrovertible que todas las poblaciones situadas frente al mar terminarán sumergidas por el agua en un plazo corto.
El calentamiento global provocado por el mayor depredador conocido, el hombre, está derritiendo el hielo de los polos y de los nevados de manera tan acelerada que se pronostica la desaparición del casquete polar ártico en este siglo.
Groenlandia es la segunda mayor reserva mundial de hielo después de la Antártida; se dice que un incremento de tres grados en la temperatura media puede provocar su disolución total al final de éste siglo.
La masa congelada de dos y medio kilómetros de espesor hará subir 7 metros el nivel del mar si se derrite por completo.
Pero no se necesita toda esa agua licuada para entender que ciudades como Buenos Aires, Rio de Janeiro, Los Ángeles, Osaka o Singapur serán invadidas por las aguas. Al igual que los Países Bajos o Bangladesh, Nueva Orleans quedará hundida para siempre.
La romántica Venecia sufre doblemente; entre el agua y el lento pero continuo hundimiento, se prevé que en poco tiempo la plaza de San Marcos desaparecerá bajo el mar Adriático. Ban Ki-Moon, secretario general de la ONU afirma que en el curso de éste siglo las aguas del nivel del mar subirán globalmente entre medio a dos metros.
No solo el aumento pasivo del nivel de las aguas causa estragos. Los cambios climáticos originan alteraciones en las corrientes marinas y daños irreversibles a la fauna y flora oceánicas, particularmente a los corales y, consecuentemente, a las especies marinas que allí habitan; huracanes, ciclones y tsunamis estarán a la orden del día lo mismo que ciclos cada vez más complicados de heladas, sequías, lluvias y deslizamiento de tierras; la desaparición de muchas especies terrestres y la migración de otras cambiarán irremediablemente el ecosistema; las enfermedades y epidemias serán de en proporciones dantescas; se prevé escasez de alimentos; serán, pues, muchos los males derivados de la irresponsabilidad del ser humano con la Madre Tierra.
Y a pesar de esfuerzos globales serios, no se avizoran cambios: cada vez usamos más energía fósil, producimos más empaques no biodegradables; continuamos envenenando los cultivos y las ganaderías con productos nocivos; arrasamos bosques enteros con la complicidad de gobiernos débiles; diariamente desaparecemos especies animales y vegetales, mientras a otras las modificamos sin analizar las consecuencias; ingerimos comida sintética nada saludable y el agua potable se acaba a pasos agigantados; la población no para de crecer en asentamientos cada vez más complejos. El apocalipsis en ciernes.
El Protocolo de Kyotoha sufrido el saboteo del principal contaminador del planeta, los Estados Unidos de América. El objetivo, que es reducir los efectos del cambio climático derivados de la emisión de CO2, compromete a todos los países a reducir la emanación de gases dañinos.
El país norteamericano, con 4% de la población mundial, usa el 25%del combustible fósil.
India y China, en acelerado ascenso hacia el desarrollo, tienen menos restricciones que los americanos. En Europa, las limitaciones son distintas según la carga productiva de cada país.
El Plan de Acción de Balí contempla 4 aspectos: mitigación, adaptación, finanzas y tecnología. y pide el tratamiento de "una visión compartida para la cooperación a largo plazo". Palabras huecas que no conducen a acciones concretas.
¿Qué hacer? Lo más elemental es concientizar a las poblaciones acerca del uso racional de los recursos disponibles y manejo de desechos. Las autoridades deben identificar los riesgos y disponer de acciones preventivas y de planes de contingencia para preparar y atender a la población ante las catástrofes inevitables; planificar el crecimiento de las urbes y reubicar pobladores; fomentar el uso de energías alternativas distintas a los fósiles y la madera; construir defensas ante potenciales eventos; realizar simulacros.
Las leyes al respecto deben ser más duras y las acciones de gobierno más efectivas. Sonará utópico y rimbombante, pero no tenemos alternativas distintas y toca usarlas.
Mientras tanto, ante los efectos globales y local sobre Santa Marta y el Magdalena, me pregunto qué hacen nuestras autoridades al respecto. Las playas están desapareciendo y la Sierra se derrite.
El Parque Tayrona y la Isla de Salamanca muestran visibles cicatrices de los daños causados. En temporada invernal los aluviones causan enormes destrozos: todos los años, las gentes más desprotegidas sufren las consecuencias de la inacción de los gobiernos distrital y departamental. Del central, ni hablemos: pero no es culpa de "los cachacos" sino del desprestigio universal de nuestra clase dirigente.
En los primeros hervores de las campañas políticas, debemos inquirir por los planes de gobierno y sus contenidos referentes al impacto sobre el Distrito y en el Departamento. Señores candidatos, queremos conocer sus programas ambientales. Y no me refiero a la rumba.
Agencias/SimaCaribe 20 jul 2011